por fr. Francesco Scaramuzzi, OFM Cap.
Sábado 17 de marzo 2018. El Santo Padre Francisco visitó Pietrelcina y San Giovanni Rotondo, encontrando a los fieles, a los enfermos, clero y a las religiosas y celebrando la Eucaristía en la iglesia “a cielo abierto” de San Pío. Esta histórica jornada fue un momento de intensa comunión y de gran fervor.
Desde las primeras horas del alba, el exterior del aula litúrgica de Piana Romana se fue llenando progresivamente con miles de peregrinos, que se reunían en la alegría de un encuentro excepcional. Fue un momento de particular intensidad y de unión de corazones en la misma oración.
A las 7,50 aterrizó el helicóptero del Santo Padre. Desde que llegó hasta el final del encuentro, pasamos momentos inolvidables compartidos con él. Su discurso no se ha quedado sin repercusión entre nosotros.
Particularmente sugestiva fue la invitación a imitar el “heroico ejemplo” y las virtudes de San Pío, volviéndonos “instrumentos del amor de Jesús hacia los más débiles. Al mismo tiempo, considerando su incondicional fidelidad a la Iglesia”, a dar “testimonios de comunión, porque sólo la comunión edifica y construye”.
A las 9.30, también en helicóptero, llegó a San Giovanni Rotondo, donde lo esperaban miles de personas. Particularmente conmovedor ha sido el encuentro con los niños de la Oncología Pediátrica, seguido de la celebración de la Eucaristía en el amplio espacio de la Iglesia a cielo abierto de San Pío, abarrotado de fieles.
Durante la homilía, el Papa argentino subrayó las tres “herencias preciosas” que nos ha dejado el Santo de Pietrelcina: la oración, la pequeñez y la sabiduría evangélica.
En función de ello, nos invitó a todos a aprender a rezar, sin dejarnos distraer por “tantas excusas”, por “tantas cosas urgentes que hacer”, por el “activismo que se vuelve inútil”; nos invitó a valorar la “pequeñez evangélica” que es propia de aquellos “que tienen el corazón humilde y abierto, pobre y con necesidad, que advierten la necesidad de rezar, de confiar y de dejarse acompañar”; para terminar, a cultivar la sabiduría del Evangelio, que está en “conocer a Dios, en encontrarlo, como Dios que salva y perdona”. Un discurso conciso y denso, para meditar atentamente en su integridad, vuelto a proponer en este número.
Este año, cien años de la estigmatización y cincuenta de la muerte de San Pío, lleva y llevará la huella del encuentro con el Santo Padre, que será un faro en el camino a seguir y para abrir en el futuro. El recuerdo de las miles de personas que abarrotaron, de manera comedida y alegre, las calles y los espacios que están delante del Santuario de San Pío y de la Casa Alivio del Sufrimiento, se quedará indeleble en la mente de cada uno de nosotros.
Dirigiéndonos al Señor, podemos ahora nuevamente tomar las palabras de la oración expresada el mismo día: “Dios omnipotente y eterno, con gracia singular has concedido al sacerdote San Pío participar de la cruz de tu Hijo y por medio de su ministerio has renovado las maravillas de Tu misericordia; concédenos, por Tu intercesión, que unidos constantemente a la pasión de Cristo, podamos llegar felizmente a la gloria de la resurrección”.
Esto esperamos, esto deseamos.