por fr. Francesco Dileo, OFM Cap.
“La tentación de Jesús manifiesta cual sea el mesianismo del Hijo de Dios, en oposición a aquella que le propuso Satanás y que los hombres desean atribuirle. Por esto, Cristo ha vencido al tentador por nosotros: “Porque no tenemos un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades; al contrario, Él fue sometido a las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado” (Hb 4,15). La Iglesia cada año se une al Misterio de Jesús en el desierto con los cuarenta días de la Cuaresma” (CCC 540). Con esta expresión el Catecismo de la Iglesia Católica nos indica el sentido del periodo litúrgico que estamos viviendo. Pero, en ella, encontramos también una interesante inspiración a la reflexión sobre la emergencia mundial que estamos viviendo, que nosotros cristianos tendríamos que saber leer a la luz del final del camino penitencial cuaresmal que estamos cumpliendo: la celebración del Misterio de la Pasión, de la Muerte y de la Resurrección del Mesías y que constituye el eje de nuestra fe. La reciente, imprevista difusión de una nueva forma de gripe viral ha hecho reaparecer, a nivel mediático, dos realidades que el actual contexto cultural intenta esconder, porque no puede entender el sentido: el sufrimiento y la muerte.
Al mismo tiempo, la gran propagación de noticias sobre el tema, sostenida con tonos alarmados y alarmantes, ha generado y alimentado un difundido sentimiento de miedo. Miedo que constituye la antítesis de la esperanza y de la confianza en un Dios que es Padre Misericordioso. Prácticamente ha salido a la luz toda la fragilidad de quien tiene una relación aún inmadura de confianza con Aquel que es omnipotente o de quien no ha acogido aún su constante invitación a la conversión. Exactamente la Pasión, la Muerte y la Resurrección de Jesús han vuelto a dar sentido, valor y una nueva prospectiva al dolor de cada hombre y al inevitable fin de nuestro camino terreno, entregándonos el ejemplo del Hijo “se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz” (Fil 2,8), siempre disponible a acoger y a cumplir la voluntad del Padre. Exactamente la Pasión, la Muerte y la Resurrección de Jesús constituyen los fundamentos de la fe que profesamos. Todo ello nos impone a nosotros creyentes la obligación del anuncio. Sobre todo del anuncio pascual. Tenemos el deber de gritar al mundo que Cristo, con su padecer, ha transformado el sufrimiento en la más alta, auténtica y creíble declaración de amor y que su resurrección ha derrotado para siempre a la muerte y nos ha abierto las puertas de la eternidad. Tenemos que gritar, para conseguir que nos oiga quien no escucha o no quiere escuchar, porque está distraído o porque está demasiado concentrado en aquello que promete felicidades efímeras a buen mercado. Tenemos que gritar para despertar la confianza en el Señor, por desgracia, adormecida en tantos cristianos que no logran elegir entre Dios y las ocultas seducciones del mundo. ¡Es un acto de caridad hacia estos hermanos nuestros! Y puede ser también un provechoso compromiso para vivir con fe, esperanza y caridad esta Cuaresma. ¡Que estos buenos propósitos puedan volverse concretos en nuestra vida, esto es en resumen el deseo que dirijo a todos para la próxima Fiesta de Pascua de Resurrección!