
por fr. Francesco Dileo, OFM Cap.
“Reina de la paz”, es uno de los títulos con los que la Iglesia reconoce a la Virgen, recitando las letanías, durante algunas celebraciones o al final de la oración del Rosario. A esta expresión sigue la invocación de los fieles: “Ruega por nosotros”. Poniendo a la entera humanidad bajo materna protección de la Virgen María, Su divino Hijo, desde el trono de la cruz, que estaba a punto de ser transformado en instrumento de suplicio y de muerte en estandarte de amor y de gloria, ha querido ofrecernos a cada uno de nosotros, peregrinos del mundo de todas las épocas y de todas las latitudes, un modelo y un sostén, sobre todo en las tribulaciones. En el momento particular que estamos atravesando, arruinado por la multiplicación de conflictos en diferentes partes de la tierra y, sobre todo, por el riesgo de que las hostilidades entre Israel y Hamás y entre Israel e Irán puedan hacer dilatar la actual área de crisis con consecuencias inimaginables, las preocupaciones expresadas por varios representantes de los gobiernos europeos deben llevarnos, no a una actitud de miedo, sino de reflexión y oración, agradecidos por la promesa hecha por la “Señora toda vestida de blanco, más brillante que el sol” a los tres pastorcillos de Fátima: “Mi Corazón Inmaculado triunfará (…) y será concedido al mundo un período de paz”. Pero el requisito previo para la realización de esta perspectiva, que disuelve los miedos encendiendo la esperanza, es la conversión, la nuestra y la de los demás. Por esto, siguiendo las enseñanzas de San Pío de Pietrelcina y mirando el ejemplo que nos ha dejado, estamos llamados a una continua revisión de nuestra conducta, a volvernos modelos para aquellos que están equivocados, a implorar al Señor para que dé el don de la gracia a aquellos que están ciegos por la sed de poder y a difundir el Evangelio, presupuesto indispensable para hacer brotar una era de Amor, de la cual la paz es sólo una de las expresiones. Acojamos la invitación del santo Hermano, que exhortaba y exhorta: “Apacigüemos la indignación del cielo volviendo a él con la sencillez de la fe; renunciemos a las comodidades de la vida, al mundo con hechos y no solo con palabras; alejemos la soberbia y el orgullo, las rivalidades y las discordias con nuestro prójimo. Recemos con humildad en el secreto de nuestro corazón para que la paz nos sea concedida pronto, para que se cumpla lo que el Señor se digne a preparar a sus fieles” (Epist. III, p.103). No es una tarea superior a nuestras fuerzas, porque a ningún creyente se le deja solo para llevar sobre sus espaldas la carga de sus propias penas y de las de la humanidad. El Padre Pío se ha dejado guiar y ha obtenido apoyo y fuerza de la ayuda maternal de la Virgen María. Aprendamos a seguirlo también en el camino del confiado abandono a la protección de la Reina de la Paz y nos volveremos también nosotros capaces de contribuir y ofrecer a la humanidad la verdadera felicidad que, a menudo es rechazada, porque no se comprende, y aquella paz que puede nacer solo si los muchos corazones resecos por el egoísmo se dejarán irrigar por la gracia, escuchando la exhortación que la Virgen ha dirigido a Caná de Galilea, al lado de Jesús: “Hagan todo lo que Él les diga” (Jn 2,5). Con la exhortación a hacer y a honrar este compromiso, deseo a cada uno de los lectores vivir el presente mes mariano con la mirada dirigida “más allá”, hacia el horizonte donde brilla el Amor sin ocaso, que no podemos llegar solos, sino cuidándonos los unos a los otros.