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El futuro está en las manos de Dios

XLIX – n. 1 – Enero – Febrero 2020

por fr. Francesco Dileo, OFM Cap.


Inevitablemente, al inicio de cada año, el pensamiento de todos se proyecta hacia el horizonte del futuro. Hay quien, paradójicamente, en la época del triunfo de la ciencia, de la técnica y del pensamiento crítico, deseoso de conocer las condiciones que le vendrán ofrecidas por las circunstancias, de una forma pagana confía en la palabra de presuntos astrólogos para saber qué prospectivas reserva una no mejor identificada “fortuna”, a él y a todos aquellos que han nacido bajo el mismo signo zodiacal.

Y hay quien, con arrogante pragmatismo, dibuja en su mente ambiciosos proyectos para conquistar poder, dinero y fama, creyendo ver en ellos la felicidad o, por lo menos, la satisfacción. A estas dos categorías de “seducidos”, en este mes, querría hacer llegar, por medio de vosotros, lectores de nuestra revista, la Palabra de la Sabiduría, es decir las mismas palabras pronunciadas por Jesús cuando antes que nosotros, fue objeto de las mismas tentaciones por parte del demonio en el desierto.

Mientras que el ángel de las tinieblas le prometía posesiones y gloria, pidiendo a cambio que lo adorase, como alguno todavía hoy adora la fortuna, considerándola como la diosa donadora de situaciones favorables, el Mesías respondió: “Retírate, Satanás, porque está escrito: «Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto» (Mt 4,10). Mientras, delante de la prospectiva de cambiar la saciedad del espíritu con la del cuerpo, afirmó: “Está escrito: «El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios»(Mt, 4,4). Y, de manera particular, a aquellos que braman un año próspero desde el punto de vista material, quiero recordar la parábola con la cual el Maestro ha querido educar a la muchedumbre de un “lugar” impreciso y que, idealmente, repite a los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos: «Había un hombre rico cuyas tierras habían producido mucho, y se preguntaba a sí mismo «¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha». Después pensó: «Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida». Pero Dios le dijo: «Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?». Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios». Después dijo a sus discípulos: «Por eso les digo: No se inquieten por la vida, pensando qué van a comer, ni por el cuerpo, pensando con qué se van a vestir. Porque la vida vale más que la comida, y el cuerpo más que el vestido. Fíjense en los cuervos: no siembran ni cosechan, no tienen despensa ni granero, y Dios los alimenta. ¡Cuánto más valen ustedes que los pájaros! Y ¿quién de ustedes, por mucho que se inquiete, puede añadir un instante al tiempo de su vida? Si aún las cosas más pequeñas superan sus fuerzas, ¿por qué se inquietan por las otras? Fíjense en los lirios: no hilan ni tejen; sin embargo, les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos. Si Dios viste así a la hierba que hoy está en el campo y mañana es echada al fuego, ¡cuánto más hará por ustedes, hombres de poca fe!” (Lc 12, 16-28).

Hagámonos astutos. Encaminemos nuestra ambición hacia la consecución de la verdadera felicidad. Pidamos al Señor que fortalezca en nosotros el don de la fe y, con ella, nos enriqueceremos de la esperanza, que promete y mantiene las promesas. Porque el futuro no está en manos de las constelaciones, sino en las manos de Aquel que las ha creado.

Feliz año a todos.

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