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Dios es paz y la paz es unidad

XLVII – n. 6 – Noviembre-Dicembre 2018

por fr. Francesco Scaramuzzi, OFM Cap.


“Dios es Paz, principio de cualquier comunión. Celebramos la Paz con alabanzas de paz. Es el Dios-Paz que une todas las cosas, que genera todas las armonías, que produce todas las cohesiones. Todos los hombres van hacia esta Paz, para que trasforme sus pluralidades y las divisiones en la unidad perfecta y puedan vivir en pacífica coexistencia. En efecto, la Paz manifiesta su plenitud a través de todos los seres. Ella une todas las realidades, uniendo un extremo con el otro y sometiéndolos a la unidad de una amistad que los hace homogéneos. Ella hace partícipe de la propia beatitud también en los confines más lejanos de la tierra.  (…) Ella deja siempre rebosar la sobreabundancia de la propia fecundidad pacificante” (Pseudo –Dionisio Areopagita).

La Navidad que nos preparamos a celebrar puede ser vista y leída bajo muchos puntos de vista: amor, alegría, vida, gratuidad, fraternidad, paz. Es exactamente de la Navidad el exprimir toda esta riqueza de significados y de sentidos. Entre los muchos – rehaciéndome a una intensa página extraída del Pseudo Dionisio Areopagita, Padre de la Iglesia, que vivió alrededor del siglo V – VI-, he querido elegir uno: el de la unidad/comunión.

La Navidad, en efecto, más que cualquier otro misterio, nos habla de un Dios que no se rinde ante la desintegración de la creación y que se encarna para restablecer la unidad y la comunión que está en todas las cosas. El Dios hecho hombre nos recuerda que descendemos de un único principio, constituimos una única familia y estamos creados para un único fin: participar de la divina naturaleza (cit. Ef 2,18; 2Pt 1,4).

En un tiempo donde el empuje a la separación, a la fragmentación, se hace más fuerte, estamos invitados a reconstruir la humanidad, que es principalmente don de Dios. El hombre dividido en sí, en efecto, no corresponde al proyecto de Dios, igual que los hombres divididos entre ellos traicionan la intención inicial para la que han sido creados. El mismo concepto de “paz”, con el cual la mayoría de las veces caracterizamos la Navidad, es, al final, el restablecimiento de la armonía rota por la división: Dios es Paz porque reconcilia al hombre a sí mismo; es Paz porque restablece la unidad entre los hombres; es Paz porque reanuda la unidad entre sí, entre los hombres y el creado. En este sentido, la Navidad que nos empuja naturalmente a reencontrarnos, en nuestras familias, entre los amigos más queridos, no es sólo la ocasión de fiesta y despreocupación, sino también una invitación a ir más en profundidad; es la llamada a renovar el significado auténtico, comprometiéndonos a cooperar en la realización de la unidad y de la armonía entre los hombres y con Dios, que el nacimiento de Jesús tiene como fin. Un compromiso no simple, ni exento de fatiga y padecimientos, como nos lo recuerda el mismo San Pío, cuando escribe: “La paz es la sencillez del espíritu, la serenidad de la mente, la tranquilidad del alma, el vínculo del amor. La paz es el orden, es la armonía en todos nosotros: ella es un continuo goce, que nace del testimonio de la buena conciencia: es el regocijo santo de un corazón, en el cual reina Dios. La paz es el camino de la perfección, es más, en la paz se encuentra la perfección, y el demonio, que esto lo sabe bien, hace todos los esfuerzos para hacernos perder la paz” (Epist. I,607).

Cuidado, pues cuando deseamos “Feliz Navidad” porque con ello nos comprometemos a nosotros mismos y a los demás a ser constructores de unidad y de paz, vuelvo a tomar las palabras que el nuestro San Pío habría escrito para cada uno de nosotros: “Para las fiestas del Niño Jesús os deseo a todos vosotros que vuestro corazón sea su cuna florecida, en la cual se pueda aposentar cómodamente” (Epist. I, 1107).

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