LA TUA OFFERTA SU VOCE DI PADRE PIO
Voce di Padre Pio - Email info@vocedipadrepio.com
Telefono +39 0882.418311
Indietro

Cuaresma

XLVII – n. 2 – Marzo – Abril 2018

por fr. Francesco Scaramuzzi, OFM Cap.


El pasado 14 de febrero, con las celebraciones del Miércoles de Ceniza, hemos empezado el tiempo de la Cuaresma. Tiempo de un nuevo inicio, de camino que lleva hacia una meta segura: la Pascua de Resurrección, la Victoria de Cristo sobre la muerte. La liturgia de la palabra de los cinco domingos, que articula la Cuaresma, en cuyo centro resuena potente la palabra de los evangelios de San Marcos y San Juan, nos dirige una invitación urgente a la conversión: cada uno de nosotros está llamado a volver a Dios, con todo el corazón (cit. J l,2,12). En particular, el primer domingo, con el fragmento de la tentación de Jesús, por parte de Satanás (cit. Mc 1,12-15), nos exhorta a disponer los corazones a escuchar la Palabra, que se cumpla una verdadera conversión para llegar a la Pascua, con la alegría del Espíritu. “Tentación”, “Conversión”, y “Alegría” constituyen las tres etapas del “regreso” a Dios. Cada uno de nosotros, en efecto, está constantemente expuesto a las tentaciones de ponerse a sí mismo en el centro de la propia vida; a elegir “contra Dios” o “como si Dios no existiera” (Ugo Grozio); a hacer, de la lógica de los hombres, la única lógica posible y vencedora. La misma realidad del mal, encarnada por el diablo tentador del evangelio, alude a la separación, al alejamiento de Dios, que en nuestra vida, la elección del mal produce (el término diablo, del griego dia-bàllein, significa exactamente “separar”, “poner barrera”, “poner ruptura”). Allí donde está la elección del mal que nos aleja de Dios, nos afea y nos deshumaniza, allí irrumpe el Amor de Dios, manifestado y cumplido en Jesucristo, que nos dice que el único camino hacia la felicidad plena, no es el repliegue sobre uno mismo, ni la adopción incondicionada de la lógica de los hombres, que pone en el centro de la existencia el propio interés, incluso a costa de los demás, sino el don de sí mismo. La irrupción del Amor de Dios, por ello se vuelve una llamada para que se cambie de sentido, para cambiar el modo de pensar y de vivir, para ver las cosas desde otra perspectiva: la de Dios. Este cambio, que se consigue gracias al encuentro con el amor de Dios, ofrecido a todos, sin exclusión, produce un “júbilo” evangélico, que brota del darse a Dios y a los demás: “La felicidad está más en dar que en recibir” (Hch 20,35). Todos saben con qué atención San Pío vivía la Cuaresma, con el pensamiento siempre dirigido a Dios, entre penitencias y oraciones. También nosotros estamos invitados en este camino de preparación a la Pascua a dejar de mirar hacia nosotros mismos, a vivirlo como “tiempo de benéfica “poda” de la falsedad, de la mundanidad, de la indiferencia” y a acercarnos al Perdón de Dios, evitando tres obstáculos: blindar las puertas del corazón, vergüenza de abrirlas, alejarse (homilía del Papa Francisco, el miércoles de Ceniza, 10 de febrero de 2016). El ayuno, la oración y la limosna – prácticas típicas de la Cuaresma – al final, quieren exactamente indicar el camino que conduce a Dios y a los demás: no saciarnos sólo nosotros; tener el pensamiento siempre dirigido a Dios; donar a los demás un poco de lo que nosotros tenemos y somos. Sólo de esta manera morimos y producimos fruto (cit. J 12, 20-33, V domingo de Cuaresma), poniendo en el centro de nuestra existencia aquello que genera el júbilo de la Pascua: el don de sí mismo por amor.

Download this article in PDF format