LA TUA OFFERTA SU VOCE DI PADRE PIO
Voce di Padre Pio - Email info@vocedipadrepio.com
Telefono +39 0882.418311
Indietro

Breve Apostólico

La Beatificación | el rito | Breve Apostólico de beatificación del Venerable Pío de Pietrelcina

BREVE APOSTÓLICO DE BEATIFICACIÓN DEL VENERABLE PÍO DE PIETRELCINA

«Al pie de la cruz de Jesús las almas se visten de luz, se inflaman de amor; se ponen las alas para alzarse a los vuelos más excelsos. Sea la cruz también para nosotros el lugar de nuestro descanso, la escuela de perfección, nuestra amada herencia».

Estas palabras que el Venerable Siervo de Dios Pío de Pietralcina escribió en su juventud, pueden ser la síntesis de su vida espiritual y de su fecundísimo apostolado. En efecto, amó hasta tal punto a Jesús crucificado que lo siguió fielmente en el camino de la cruz, compartió en cuerpo y espíritu los sufrimientos de su pasión y trabajó día y noche en la construcción de su Reino, haciéndose «todo para todos con el fin de salvar a cualquier precio a alguien» (1 Cor.9,22). Hijo de Grazio Maria Forgione y de Maria Giuseppa Di Nunzio, nació el 25 de mayo de 1887 en Pietralcina, diócesis y provincia de Benevento, y al día siguiente fue bautizado en la iglesia de S. Maria degli Angeli, recibiendo el nombre de Francisco. Transcurrió la infancia y la adolescencia en un ambiento sereno y tranquilo. A la edad de 12 años recibió el sacramento de la confirmación y de la primera Comunión. A los 16 años, el 22 de enero de 1903, vistió el sayo franciscano y tomó el nombre de Fray Pío. Al concluir el año de noviciado, pronunció la profesión de votos simples y, el 27 de enero de 1907, la de votos solemnes, «con la única finalidad – como escribe él mismo en el documento oficial – de atender al bien del alma y de dedicarme enteramente al servicio de Dios».

Ordenado sacerdote el 10 de agosto de 1910, se quedó con su familia, por motivos de salud, hasta el año 1916. En septiembre del mismo año fue enviado al convento de San Giovanni Rotondo, en la archidiócesis de Manfredonia-Vieste, donde permaneció hasta la muerte, siendo de gran ejemplo para muchos fieles. Estos, desde el año 1918, vieron en él los signos de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo y otros carismas especiales. Este humilde fraile capuchino asombró al mundo con su vida enteramente dedicada a la oración y a la atención de los hermanos. Innumerables personas acudieron a verle al convento de San Giovanni Rotondo, y la peregrinación, incluso después de su muerte, no ha cesado. Muchos, al verle directa o indirectamenteno, recuperaron la fe. A quienes se le acercaban les proponía la santidad, repitiéndoles: «Parece que Jesús no tiene más curación para las manos que la santificación de vuestra alma». Desde joven el Padre Pío comprendió que debía colmar, junto con Jesús, el espacio que separa a los hombres de Dios.

Realizó este programa con tres medios: la dirección espiritual, la confesión sacramental y la celebración de la Misa. De los volúmenes de su correspondencia puede deducirse la cualidad del experto director de almas, que vive y hace vivir firmemente las verdades fundamentales de la fe. Confesarse con el Padre Pío no era tarea fácil, con la expectativa de un encuentro no siempre agradable, y a pesar de ello su confesionario estaba siempre lleno. Pero el momento más exaltante de su actividad apostólica era el de la celebración de la Eucaristía. Los centenares de miles de fieles que participaron en ella, la consideraron el vértice y la plenitud de su espiritualidad.

Aquel intenso ministerio sacerdotal atrajo hacia este sacerdote estigmatizado una clientela mundial, que se acercaba a él desde todos los rincones de la tierra, o bien le expresaban a través de numerosas cartas sus problemas materiales y espirituales. Devorado por el amor a Dios y por el amor al prójimo, vivió hasta el extremo su vocación de corredentor de la humanidad, según la misión especial que caracterizó toda su vida. Para él la participación en la Pasión adquirió tonos de especial intensidad: los dones singulares que le fueron concedidos y los sufrimientos interiores y místicos que les acompañaron, le permitieron vivir una experiencia comprometedora y constante de los padecimientos del Señor, en la inmutable convicción de que el Calvario es el monte de los Santos.

No menos dolorosas y quizás humanamente aún más lacerantes, fueron las pruebas que hubo de soportar como consecuencia, podría decirse, de sus especiales carismas. En la historia de la santidad sucede en ocasiones que el elegido, por un especial consentimiento de Dios, es objeto de incomprensiones. Cuando esto ocurre, la obediencia se vuelve para él crisol de purificación, camino de progresiva unión a Cristo, fortalecimiento de la auténtica santidad. En este sentido el Padre Pío escribía a un superior: «Actuo únicamente para obedecerle, ya que Dios me ha hecho entender que es lo que más le agrada y para mí el único modo de alcanzar la salvación y cantar victoria». Cuando se abatió sobre él la «tormenta», convirtió en norma de su vida la exhortación de la primera carta de San Pedro: «Abrazaos a Cristo, piedra viva» (cfr I Pt. 2,4). De este modo, él se convirtió también en «piedra viva», para la construcción del edificio espiritual que es la Iglesia. Purificado por el dolor, el amor de este fiel discípulo atraía los corazones a Cristo y a su exigente evangelio de salvación.
Al mismo tiempo su caridad se derramaba como bálsamo sobre la debilidad y el sufrimiento de los hermanos. De este modo unió al celo por las almas la atención hacia el dolor humano, siendo promotor en San Giovanni Rotondo de un hospital que llamó «Casa Sollievo della Sofferenza» (Casa alivio del sufrimiento), inaugurada el 5 de mayo de 1956. Quiso que fuera un hospital de primer orden, pero le preocupó especialmente que se practicara una medicina «humana», donde la relación con el enfermo se caracterizara por una afectuosa atención inmediata y el más cordial recibimiento. Sabía muy bien que, quien está enfermo y sufre, necesita sobre todo, además de la correcta aplicación de los medios terapéuticos, un ambiente humano y espiritual que le permita hallarse a sí mismo en el encuentro con el amor de Dios y el afecto de los hermanos. Con la «Casa Sollievo della Sofferenza» quiso mostrar que los milagros corrientes de Dios se realizan a través de nuestra caridad.

En el ámbito espiritual fundó los Grupos de oración, que él mismo definió «viveros de fe y hogares de amor», y que Nuestro venerado predecesor Pablo VI comparó con un «gran río de personas que rezan».
El sereno tránsito de Padre Pío sucedió el 23 de septiembre de 1968. Su cuerpo reposa en la cripta de la iglesia S. Maria delle Grazie en San Giovanni Rotondo, y la fecundidad misteriosa de su larga vida como sacerdote y religioso, hijo de San Francisco de Asis, continua actuando con un notable crecimiento en todos los rincones de la tierra.

La Causa de beatificación y canonización se inició con la celebración del Proceso de Cognición ante la Curia Arzobispal de Manfredonia-Vieste, abierto en 1983 y concluido en 1990. Cumplido lo establecido por el derecho, el 18 de diciembre de 1997 se promulgó en nuestra presencia el decreto mediante el que reconocíamos que el Siervo de Dios ejercitó en grado heroico las virtudes teologales, cardinales y complementarias. Entretanto se realizó la investigación diocesana sobre una presunta curación milagrosa, sucedida en 1995 y atribuida a la intercesión de este Venerable Siervo de Dios. Sometido el caso a los exámenes habituales, el 21 de diciembre de 1998, se promulgó en nuestra presencia el Decreto «super miraculo». Establecimos por consiguiente que el rito de la solemne beatificación se celebrase en Roma el día 2 de mayo de 1999.
Hoy, por tanto, en la plaza de la Basílica Vaticana de San Pedro, durante la Santa Misa solemne, hemos pronunciado esta fórmula:

Nos, aceptando el deseo de Nuestro Hermano Vincenzo D’Addario, Arzobispo de Manfredonia-Vieste, y de otros muchos Hermanos en el Episcopado y de numerosos fieles, y habiendo recibido el dictamen de la Congregación de las Causas de los Santos, con Nuestra Autoridad Apostólica concedemos que el Venerable Siervo de Dios Pío de Pietralcina se llame en adelante Beato y que pueda celebrarse su fiesta en los lugares y según las normas establecidas por el derecho, cada año, en el día de su llegada al cielo, el 23 de septiembre. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Lo que hemos decretado con esta carta, queremos que se considere rato y confirmado ahora y en el futuro, a pesar de cualquier elemento en contra.
Emitido en Roma, en San Pedro, con el anillo del Pescador, el día 2 de mayo del año 1999, vigésimo primero de Nuestro Pontificado.

Joannes Paulus II