
por fr. Francesco Dileo, OFM Cap.
Aunque estábamos ya próximos a la impresión de este número de la Voz del Padre Pío, tuvimos tiempo de cambiar por completo el diseño de esta revista para dar el debido énfasis a la figura del papa Francisco, que ha marcado de manera indeleble la historia reciente de la Iglesia y que merece recibir, una vez más, nuestro conmovido agradecimiento por el gran don que se ha revelado no solo para los católicos o, más en general, para los cristianos o para los creyentes de todo el mundo, sino también para toda la humanidad, de la cual se ha sentido padre y pastor, haciéndose cargo sobre todo de sus anhelos espirituales, sin olvidar las necesidades materiales, empezando por la paz, por el desarrollo económico de las zonas pobres y la salvaguardia de la creación. Aunque sabíamos de la precaria salud del Santo Padre, del todo inesperada nos ha llegado la noticia de su fallecimiento. Una noticia que nos duele profundamente y que nos induce a renovar, también desde estas columnas, sentimientos de gratitud hacia Dios y hacia este gran testigo de la fe. Ha sido ciertamente un apóstol ejemplar, en su humildad y en la verdad con la que afrontó la dinámica de una Iglesia, que quiso adecuada y disponible para responder a las necesidades de nuestro tiempo. En este momento muchos recuerdos llegan a mi mente, como a la de muchos de vosotros. Pienso sobre todo en los eventos que han implicado a nuestra Fraternidad provincial en febrero de 2016, con ocasión del Jubileo de la Misericordia, cuando el Papa Francisco quiso en Roma la preciosa reliquia del cuerpo de San Pío y la de San Leopoldo Mandic, para presentar al mundo dos hombres que, en virtud de su ministerio, habían dedicado su vida a administrar la misericordia de Dios. Pienso en su visita en San Giovanni Rotondo, en marzo de 2018. No olvidaré, y no olvidaremos, su afabilidad y su jovialidad cuando nos encontró en la iglesia de Santa María de las Gracias y cuando, rompiendo el protocolo, quiso visitar a un obispo enfermo, hospitalizado en nuestra enfermería provincial. Repasaremos, en las páginas que siguen, ambas experiencias excepcionales vividas con alegría y entusiasmo no solo por nosotros, frailes capuchinos, sino también por la familia mundial de los devotos de nuestro venerado Hermano. Lo que espero es, sin embargo, que no se queden sin escuchar su constante exhortación a mostrar al mundo el rostro misericordioso de Dios y su perentoria invitación a la paz. Como Fraternidad capuchina de la Provincia religiosa de Sant’Angelo e Padre Pio, que tengo el honor de servir como ministro, junto a las condolencias y al agradecido reconocimiento, deseamos elevar, con toda la Iglesia, los debidos sufragios por el alma bendita del Santo Padre.
Estoy seguro que San Francisco de Asís, que ha querido como modelo para su pontificado, y San Pío de Pietrelcina, lo esperarán a las puertas del Paraíso.
¡Descansa en paz querido y amado Papa Francisco!